Imagíname en un ascensor, junto a otra persona. Por alguna razón, quiero decirle algo que exprese mi personalidad. Debe sonar único, debe sonar a mí.
“Hace un buen día” no es una buena opción, obviamente.
La razón por la que no expresa nada de nosotros es porque (1) es demasiado tradicional y porque (2) es lo que dice todo el mundo.
“Tengo tanta hambre que me comería a tu perro y al mío también” ya suena un poco más a mí mismo.
Y sin embargo, el material base siempre son las palabras usuales. Si analizas por qué parece más genuina la segunda opción, es porque suena más improvisada.
Estarás conmigo en que se podría defender que la frase «Hace un buen día» fue espontánea, que al usarla se dijo lo primero que pasaba por la cabeza. Aunque fuera así, no suena «improvisada». Para que suene improvisada, además, debe sonar personal, genuína.
La improvisación es la creación de algo personal con un material conocido. Para que sea personal, debe estar guiada por una voluntad no interesada. El improvisador debe estar fuera de todo intento, fuera de toda intención, mientras crea. Es un juego en el que el ejecutante echa mano de su cultura musical dejándose llevar por una voluntad no consciente.